viernes, 22 de enero de 2010

Días 3 y 4 - 20 y 21 de Julio - Guayaquil

Los dos días que pasamos en Guayaquil fueron buenos por dos motivos en especial. Primero, porque es una ciudad muy linda; y segundo, porque Alejandra y yo teníamos la ayuda de Erika, a quien podíamos recurrir en caso de algún problema en un ciudad a la que recién llegábamos. De este modo, con esa ventaja, pudimos pasear algo más tranquilos, y prepararnos para lo que vendría después, que fue (salvo por Bogotá) ya sin ayuda de nadie.

El primer que queríamos conocer, porque estaba cerca al centro y a otros lugares turísticos, era el Malecón 2000.

Para llegar ahí, primero fuimos a la terminal de buses y de ahí nos pasamos al metro, que dicho sea de paso, es un medio de transporte muy bueno, quizás de los mejor que vimos entre Ecuador y Colombia (y obviamente muy superior a cualquier tipo que tengamos en Perú).

Una vez en el terminal, y antes de ir al metro, que está al frente, hicimos dos cosas:
1) comprar los pasajes para el martes 21 de julio para Tulcán, que es la ciudad-frontera ecuatoriana, a la cual hay que llegar antes de pasar a Colombia, y
2) Comer unos deliciosos Submarinos, que se convirtieron en nuestro vicio. Aunque en mi causaban una reacción algo incomoda.

Ya en el metro, empecé a sentir un leve dolor de estomago, que fue aumentando junto con unas incontrolables ganas de ir al baño. Había sido probablemente la mayonesa del submarino y el hecho de que ya no tengo vesícula, y mi pobre hígado se encarga de procesar todo lo que malamente como.

Traté de soportar el dolor lo más que pude, y junto con Alejandra decidimos que iríamos tomando fotos, y al primer baño que viéramos entraría. Pero no encontrábamos nada.

Lo que si encontramos fueron lugares para fotografiar, como el Parque de las iguanas. Después, algunos monumentos y uno que otro lugar interesante.

Cuando finalmente llegamos al Malecón 2000, lo primero que hice fue correr al baño, y por fin volvió la paz. Sólo queda decir, que esa paz no duró mucho y que tuve que volver constantemente al baño en Guayaquil.

Pero es mejor olvidar eso, y recordar los lugares que conocimos.

Subimos el cerro Santa Ana y sus 444 escalones, en el barrio de Las Peñas. Fue algo cansado, pero la vista y el lugar, todo el recorrido, valieron la pena. Pudimos ver las fotos de cómo era antes la zona, y cómo había cambiado gracias al trabajo conjunto de las autoridades y la gente, algo que debería hacerse acá.

También fuimos a la Plaza Centenario y a mercados artesanales.

Paseamos por plazas y parques que ahora no recuerdo como se llaman, pero que eran muy simpáticos.

Probamos algunas cosas básicas de la comida ecuatoriana, pero no nos atrevimos con la sopa de bola.

Ahora que recuerdo, el lunes en la noche, cuando intentamos regresar a casa de Erika, nos perdimos, y tomamos como tres buses para poder llegar a la estación central. Fue una experiencia no muy grata, ya que en uno de los buses llegamos al paradero final de este, que estaba en una zona que se veía a simple vista que era peligrosa.

Sin embargo, en general, Guayaquil es una ciudad acogedora, con gente buena y dispuesta a ayudar.

En Guayaquil pudimos comprobar que los pasajes y los precios en general son muy buenos. Cruzar Ecuador, como haríamos, nos costó creo que 6 dólares, si no recuerdo mal.

La noche del 21, después de esta primera etapa, nos dirigimos rumbo a Tulcán, para sellar pasaportes y entrar a Colombia.