jueves, 13 de agosto de 2009

Día 1 - 18 de julio - Salida de Lima

Después de tantos preparativos, de tantos planes (modificados y aumentados), de expectativas y una larga espera, por fin el día de partir llegó.

El día anterior había empacado todo y mi mochila había quedado bastante pesada, pero era lo necesario, o al menos eso creía, para un viaje que iba a durar más de tres semanas.

Como habíamos acordado, fui a recoger a Alejandra, para regresar a mi casa, almorzar y salir rumbo a la terminal. Al tomar su mochila, noté que pesaba casi tanto como la mía, y recordé que teníamos que hacer una caminata, con todo ese peso, en Tayrona, ese lugar que había visto por fotos en internet, y que queda en Santa Marta.

Antes de salir de la casa de Alejandra, las recomendaciones de siempre. Su mamá, hermana, cuñado y sobrinos me pidieron que la cuidara y la “devolviera” entera. (A final de cuentas, ella terminó cuidándome a lo largo del viaje, por los problemas que tuve con el valium, el estomago y cosas así, que escribiré más adelante).

Al llegar a mi casa, desempacamos para re-arreglar las cosas, y después, fuimos a almorzar. Al terminar, nuevamente tuvimos que acomodar las cosas, porque nos quedaban fuera un par, así que re-empacamos, otra vez.

Así, con todo listo, nos disponíamos a salir, cuando a Alejandra me preguntó por la manta que yo había dejado sobre la cama. Inicialmente había pensado llevarla, pero dado el exceso de cosas, opté por dejarla. Sin embargo, Alejandra insistió en que la llevara, sin saber muy bien que esa mantita sería salvadora a lo largo del viaje.

Finalmente salimos, con las dos mochilas grandes en la espalda y las mochilas de mano, a tomar taxi. Las cuatro cuadras que caminamos me hicieron sentir el peso verdadero de mi mochila, pero sólo quedaba seguir adelante.

Ya en la terminal, a media una cuadra de Polvos Azules, tuve que correr a sacar dinero, en soles y dólares, a comprar una linterna, pues la que tenia no funcionaba (y recién lo había notado la noche anterior), a buscar jarabe de goma y amargo de angostura, para preparar Pisco Sour, y buscar vanamente Gillette y espuma de afeitar.
Después de esperar un buen rato, por fin pudimos dejar las mochilas, previo peso. La de Alejandra pesaba 15 kilos, la mía 20.

Esperamos unos minutos más, y llamaron para abordar el bus. Finalmente, después de varios minutos, el bus salió de Lima.

El resto de la noche, como casi siempre me sucede, la pasé despierto en el bus, pensando, escuchando música o tratando de dormir, al menos un poco, sin conseguirlo. Alejandra, en cambio, dormía plácidamente a mi lado.

El viaje fue bastante largo. Me pareció interminable sobre todo en la mañana, cuando las horas pasaban y no llegábamos, y la preocupación que tenía por pasar los papeleos de migraciones, con el peso de las mochilas a cuestas y los rateros de siempre rondando, no me dejaba en paz.

Después de más de 18 horas de viaje, llegamos por fin a Tumbes.

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