miércoles, 14 de julio de 2010

Día 5 - 22 de julio - Tulcán e Ipiales

El martes 21 de Julio en la noche salimos de Guayaquil rumbo a Tulcán. Esto suena como un viaje más, pero no lo era, porque para ir de la primera ciudad a la segunda, había que, literalmente, cruzar todo Ecuador.

El viaje fue algo lento y bastante accidentado, tanto que nos enteramos, ya al amanecer que los frenos habían estado fallando y tuvimos que cambiarnos de bus. Además, en el ajetreo, a una persona le robaron la billetera. Después, no hay mucho más que decir, porque todo el camino fue de noche y la pasé escuchando música porque usualmente yo no puedo dormir en los buses, una característica que más adelante en el viaje me jugaría una mala pasada. Pero no nos adelantemos.

El miércoles 22 de julio, en nuestro quinto día de viaje, llegamos a Tulcán. Un pueblo de clima frio del que no pudimos conocer mucho, porque apenas llegamos nos dirigimos a Rumichaca, que es el último punto ecuatoriano, la frontera con Colombia.

La emoción nos embargaba, a Alejandra y a mí, porque por fín llegaríamos a tierra colombiana, lo que nos hacía gran ilusión. Al mismo tiempo, algo de temor o preocupación nos rondaba, porque habíamos oído que la frontera era bastante movida, pero felizmente no era cierto, o al menos no fue así ese día.


Antes de salir de suelo ecuatoriano tuvimos que pasar por migraciones. Fue una larga y absurda espera, las personas encargadas del control vagaban o hacían pasar a gente que hablaba antes con ellos. Migraciones de Ecuador es tan lenta y mala como la de Perú. Aunque, bueno, supongo que practicamente todo mundo odia ese periplo que es usualmente pasar por los controles.

Después, cruzamos el puentecito, felices y llegamos a Colombia. La dicha nos embargaba, la alegria nos envolvía, la felicidad se asomaba.

Hasta migraciones actuó rápido. Alejandra y yo imaginabamos otra larga cola y espera, pero no fue así. El proceso fue rapidísimo.

Al pasar todos los trámites, estabamos listos para ir a Ipiales, pero antes necesitabamos cambiar dólares a pesos colombianos. Preguntamos a varíos cambiastas, que abundan a ámbos lados de la frontera, y ninguno nos convecía. Al final, tuvimos un tipo de cambio que no era tan bueno como el que había conseguido en Guayaquil, cuando compré algunos pesos, sólo por si acaso.

Finalmente estábamos listos. Nos subimos a una van y nos dirimos a la terminal de Ipiales. Una vez ahí, compramos los pasajes para Cali. Saldríamos en la noche.

Con los pasajaes ya comprados y las mochilas encargadas en la oficina de la empresa de transporte, nos fuimos a desayunar. Después de eso, nos dirigimos a un lugar que había descubierto a través de la web, casi de casualidad: El Santuario de Lajas.

Tomamos un colectivo, y tras un corto viaje, llegamos a la zona. Había una especie de mercadillo en el que también habían varios autos-colectivos, y un camino de piedra que iba en bajada.


Fuimos por el camino, empezando nuestra pequeña "peregrinación". Por fotos, sabíamos que el lugar era bonito y especial, sin embargo, al llegar a La Basílica Santuario de Nuestra Señora de las Lajas todo lo que esperabamos quedó corto.


La Basílica es una maravilla arquitectónica, al borde de un precipicio, en cuyo fondo hay un rio. Creo que no hay palabras para describir lo que es este lugar, que no sólo es la construcción, sino todo lo que la rodea. En casos como este, es cierto que una imagen vale más que mil palabras. Creo que este lugar puede definirse como espectacular, mágico e imponente.


Después de tomar fotos, descansar un poco y meditar también, decidimos recorrer el lugar. Pudimos bajar cerca al rio y ver una pequeña (muy pequeña) catarata. Finalmente empezamos el camino de retorno a la zona de colectivos y tienditas, que me resultó algo extenuante, porque lo que a la ida era una bajada con hermosa vista, al regreso era una subida empinada e interminable. Me consolaba pensando que estaba pagando mis pecados con esa peregrinación.


Regreasamos a la terminal y almorzamos. Entonces empecé a pensar en algo: no había dormido desde que salimos de Guayaquil, y ya iban más de 24 horas, y probablemente tampoco dormiría camino a Cali.

Dejé esos pensamientos de lado, al decidir ir a pasear un rato por la Plaza de Armas de Ipiales. Una plaza bastante sencilla pero simpática. Ya para este momento había bastante frío así que Alejandra y yo entramos a una especie de panaderia y comimos unos panecillos y tomamos café. Al salir del lugar, le conté a Alejandra que me sentía algo cansado y que temía no poder dormir en el bus y llegar totalment agotado a Cali. Entonces optamos por ir a una farmacia y pedir una pastilla que me relajara, sin imaginar que esa inocente decisión desencadenaría en una de las más grandes anécdotas del viaje, algo divertida y algo peligrosa.

Regresamos a la terminal y ahora sí, estabamos listos para salir rumbo a la capital mundial de la salsa, la sucursal del cielo: CALI.

Compramos provisiones y subimos al bus, muy contentos y emocionados, sin saber que la pastillita que me habían dado en la farmacia iba a dar resultados no esperados.

Era la noche del miércoles 22 de Julio.

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