sábado, 17 de julio de 2010

Día 9 - 26 de julio - Medellín

El camino a Medellín fue bastante largo y accidentado. Durante el trayecto, cuando pasábamos por un interminable camino en medio de sembríos, el bus se detuvo, igual que otros muchos. Un accidente había ocurrido y por eso la policía había detenido el transito. Así, en medio de la noche, con Alejandra durmiendo plácidamente a mi lado, mientras yo seguía despierto -ya curado de las pastillas- pese a las horas de viaje y en medio de matorrales, surgió un temor en mí: ver aparecerse a gente de las FARC.

Era un temor que tenía antes de decidir ir a Colombia, un temor que supongo mucha gente ha tenido, pero nunca nada sucedió. Es más, aunque sé que aun hay muchos problemas con estos limitados mentales, creo que el muy inteligente y original lema que se utiliza para promocionar a Colombia es cierto: El único riesgo es que te quieras quedar.

Llegamos a Medellín en un tranquilo amanecer, el domingo 26 de julio. El único problema fue que era demasiado temprano. Cuando llegamos al terminal, aun no vendían pasajes.
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Alejandra y yo aprovechamos el tiempo de espera desayunando y tomando un par de fotos de las afueras.


Recién, cerca de una hora después, nos enteramos que el terminal en el que estabamos, no era el adecuado. Los buses para Santa Marta salían en el otro terminal. Así que nos dirigimos allá.

Medellín era sólo una ciudad de paso. Sabíamos que sólo teniamos un par de horas, sobre todo porque el camino a Santa Marta era larguísimo, 16 horas, así que sólo por esa vez no ibamos a salir tarde en la noche, sino algunas horas antes, calculando el tiempo para llegar a nuestro destino añorado a una hora buena.

Dado el poco tiempo que teníamos en esa ciudad, los lugares a conocer iban a ser pocos. Así que nuestro plan fue uno: ir a las Gordas de Botero, y después a lo que se pueda.

Antes de salir, buscamos donde dejar las maletas. Cuando encontramos ese lugar, el hombre que atendía nos dijo que debíamos pagar no por compartimiento, sino por maleta, algo que nos pareció injusto, sobre todo porque era muy caro. Después de dejarnos discutir un rato, el hombre, sonriendo nos dijo: eso es lo que hace todo el mundo, porque nos son paisas y no encuentran la solución, pero a ustedes voy a decirles qué hacer. Entonces nos explicó que compráramos una bolsa grande y metiéramos todo ahí. La lección fue que había que ser rápido e ingenioso, como un paisa.



Después de esto, fuimos al metro, para ir a Plaza Botero. Antes de seguir con las gordas, debo recalcar que el metro de Medellín fue lo mejor en cuanto a transporte que vimos en Colombia. Ahora sí, las gordas.




No sé si es porque era domingo en la mañana, o simplemente porque se ha descuidado la zona (lo que es más seguro), pero más allá de la emoción de estar en ese lugar tan emblemático, lo que sentimos Alejandra y yo fue cierto temor y decepción de lo mal cuidado que estaba el lugar, sobre todo porque estaba lleno de maleantes. Se veía bastante peligroso. Tomamos algunas fotos rápidamente, hasta que un hombre se acercó a pedirnos dinero, y otros tantos empezaban a observarnos cada vez más. Entonces salimos del lugar.




Con todo, debo decir que fue un gusto conocer ese lugar del que tantas fotos había visto y, por alguna razón, tenía muchos deseos de conocer.

El siguiente lugar al que fuimos fue el Parque Explora. Un lugar bastante entretenido e interesante. Ahí se nos pasó la tarde, por lo que no pudimos conocer más. Y por cierto, como era domingo, muchos lugares estaban cerrados.

Creo que debo mencionar que pese a que no conocimos mucho, por lo poco que pudimos ver en ciertas zonas (como el camino de un terminal a otro) Medellín nos gustó mucho. Nos pareció que debíamos quedarnos un día más, para conocer mejor esa ciudad, sin embargo, no podíamos, porque teníamos una reserva de hotel en Santa Marta. Esa fue la única reserva que hice durante todo el viaje, y la hice porque dado que era un lugar tan alejado y como tenía la idea de que todo era muy caro (cosa que no fue cierta), me apresuré en buscar el mejor precio posible y reservar una habitación (decisión que a la larga fue buena).

Como veíamos que ya se acercaba la hora de irnos, regresamos al terminal de buses. Compramos provisiones y nos sentamos a ver un partido de fútbol, mientras esperabamos que saliese nuestro bus.

Al poco rato oímos el llamado, el camino hacia Santa Marta empezaba. Era la noche del 26 de julio.

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